In Spilled, the body, substance and objects are fused around an action activated by the boil of milk. The assembled elements evoke imbalance, temporary stability, precarious and domestic materials that interact to sustain themselves, extracted from the realm of the “feminized.” The whole installation is about to fall. The artist waits while the milk in a pot heats up, pretending to sew the center of her skull with a needle through her hair she feigns a pain that infects the audience. Everyone watching knows that the boiling milk will fall and finally spill from the pot onto the floor, like an exaggerated ejaculation that causes the artist to lose her hair (hanging from the air, on her shaved head) and clothes (which she retires, leaving an undergarment made of hands that cover his breasts and genitals). The hair and clothes are elements that until now seemed stable, and when they are lost they reveal an artificiality under which an unexpected corporality is hidden. With a shaven and semi-naked head, the artist kneels on all fours like a dog, cow, or mammal, exposing her hip while sipping milk from the ground in an attitude that recalls a classic pornographic act such as eating semen. In this performance different evocations of the feminized are mixed to break them and destabilize them- just as the milk that spills the woman’s body also loses it’s shape by stripping hair and clothes, entering into an realm that could be associated with the animal, the disgusting, and the monstrous.
En Derramada se fusionan el cuerpo, la sustancia y los objetos alrededor de una acción activada por el hervor de la leche: las elementos reunidos evocan desequilibrio, estabilidad temporal, materiales precarios y domésticos que interactúan para sostenerse, extraídas del reino de lo “feminizado”: la instalación entera está a punto de caer. La artista espera mientras la leche en una olla se calienta, fingiendo coser con una aguja el centro de su cráneo a travesando con las punzadas su cabello: finge un dolor que contagia a la audiencia. Todos saben que la leche al hervir cae y finalmente se derrama de la olla cayendo al suelo, como una eyaculación exagerada que provoca que la mujer pierda el pelo (que queda colgando por el aire, sobre su cabeza rapada) y la ropa (que ella se retira dejando una ropa interior hecha de manos que cubren sus pechos y genitales), elementos que hasta el momento parecían también estables y que al perderlos evidencian una artificialidad bajo la cual se esconde una corporalidad inesperada: con la cabeza afeitada y semi-desnuda se arrodilla en cuatro patas como una perra, vaca o mamífero que expone su anca mientras sorbe la leche del suelo en una actitud que recuerda un acto pornográfico clásico como es el de comer semen. En esta performance se mezclan diferentes evocaciones de lo feminizado para romperlas y desestabilizarlas: así como la leche que se derrama el cuerpo de la mujer pierde su forma al despojarse de cabello y de ropa, entrando en una actitud que podría asociarse con lo animal y lo monstruoso.
The set, a “domestic” scene fossilized in-medias-res falling, is set and reset before the performance, to maintain the exact right precariousness. She enters the tableau. Pours milk into the pot balancing on the hotplate balancing on the tower of bricks balancing on the…
She sews herself into the gallows, suspending herself between two additional set pieces: god and gravity. She tests her adherence, marching, marching… until milk explodes, splatters everywhere, and she’s flayed of her human exoskeleton, the wig the suit jacket.Alone with her insides, she dives into a 2D ocean. She vacuums up spilled milk, mouth to floor, rigorously ravenous. Slurping and sucking, producing depth in a horizontal surface through a reenactment of verticality. She leaks milk through her lips. Milk courses her body’s convex and concave. Is her consumption to contain or to reproduce? She writes a shapeshifting metaphor of her body as a blackhole, a vessel, a channel, a container. When her body falls behind the rapidfire routine of input and output, she borrows the pot’s body. A surrogate, it’s another of her kind/ she’s another of its’s kind.Material begins to exist once it’s robbed of its symbolism. She turns idioms into riddles. Don’t cry over spilt milk. Kissing the ground he walked on. Better safe than sorry. Performing a fantasy of lushness in an impossible situation sustains her. As long as she dooms herself to the fate of thirst, eternally insatiable, she’s immortal.For a moment, I thought the liquid draining out of her turned pink. Blood? Maybe I hallucinated she liquified the red stage floor.A second later, she starts to pee. All metaphors slip away. She’s a medium of alchemy. Real magic. Her gastrointestinal tract has al/chemically transmuted milk, its materiality its semiotics. When she’s done, it’s done.
In Spilled, Nadia Granados explores the arduous realm of the “feminized.” She begins by pouring milk into a metal bowl, trickling out like a shy piss would. Then, for what was perhaps only 10 minutes, but felt drawn out due to the silence and the task at hand, she sewed into her scalp, feigning pain and discomfort throughout. Attentively, we watched, questioning the artifice of the act. Once it was revealed that—a-ha!—it was a wig after all, Granados spilled the milk, stripped, and got on all fours to suck the spilled milk from the platform on where the set stood. Each time she had a mouthful, Granados would allow the milk to pour from her mouth onto her body like a sexy Gollum. The viscous liquid ran and clung to her face and body like whiteface or cum. Spilled was long, silent, and redundant, but isn’t femme existence often like that under the patriarchy? Once you began to wonder for how long she would actually drink and spit up the milk, she pissed on the stage. It was all things animalistic and glorious.
Las medias veladas y la peluca colgante hacen ver que precisamente en este escenario no hay nada. Nada llena estos objetos, nada los rebosa y nada los usa; Las medias ya no aprietan las piernas de alguien sino que cuelgan escuálidas y escurridas, la mujer ha desaparecido derramada entre sus propios signos. La exageración del signo femenino ha hecho que lo femenino desaparezca. El exceso ha des-asexuado y el hombre (como especie) es una maquina célibe. La Fulminante fusiona un mesón de cocina con la mujer creando así un cyborg postporno dispuesto a satisfacer los simulacros eróticos del hombre al que le ha sido arrebatada la imaginación: por eso la artista muestra “el cómo se muestra excesivamente”. Su espectáculo es un meta-espectáculo.
Por tal razón en el escenario no hay nada a pesar de que hay una erección (ladrillos en rol masculino) unas medias veladas (tripas femeninas), un olor y una ausencia. Ha quedado la imagen invertida de una serie de acciones como lo son ser mujer, cocinar, bailar, seducir, hervir la leche, lamer, y ser objeto; la mujerización tiene que ver con la paradójica acción-de-ser-objeto. Esto contiene una gran contradicción en tanto el objeto no tiene ser, no es y por ende no tiene acción ni gesto. La mujerización es una excesiva objetualizacion, la reducción hacía unas cuantas dotes artificiales. Todo se puede mujerizar en tanto todo puede ser fetiche, de ahí que los elementos usados por La Fulminante no respondan a cosas arbitrarias sino que su arbitrariedad conjugue elementos fetiche como la peluca (versión artificial del pelo), las medias veladas (crisálida de los pies), la leche como alimento primario cuya blancura contiene en sí misma una connotación universal (todos los semen son blancos), el me- són como mesa de asuntos femeninos, la tarima roja cuyo color contiene en sí mismo connotaciones universales (todas las menstruaciones son rojas).
Y todo esto empieza con una danza donde la Fulminante seduce con su movimiento, nadie sabe que su pelo cuelga del techo y que ella es calva, la leche hierve y se derrama sobre las medias que se convierten inmediatamente en colador y ella se agacha para lamer del piso la leche derramada. Luego, a los días, la tarima desprende un olor y se hace evidente que alguien ha existido. Después de todo y detrás de toda una gama de implantes, alguien existe y es mujerizado hasta ser un objeto.
Algunos videos de la artista exhiben acciones donde se exacerba la semántica femenina reduciéndola hasta la frontera con lo plástico, videos en los que (tal como Andy Warhol que usaba pelucas extravagantes para no parecer un calvo patético que disimula su calvicie sino un artista exuberante que amaba lo plástico y lo falso) despliega un escenario ordinario, tosco y cauchudo, cauchudo como huelen los moteles baratos y los condones más económicos, las lociones más toscas, y los deseos más simples. Hay una obra en la que La Fulminante empuja una camioneta quedando automáticamente con el rabo al aire en postura de cópula animal. En este caso agacharse es un gesto de extrema mujerización que trasciende la simple insinuación para adquirir una función, una utilidad como es la de empujar el carro. Esta utilidad asignada a la pose como aditamento resulta clave a la hora de con- templar los videos de la artista. La utilidad ha objetualizado el sexo en una transacción de inversión/ ganancia, el deseo se vuelve una herramienta que conjuga instantáneamente función y ser. Cosa para ser penetrada que sirve además para empujar el carro, cosa que seduce y sirve para hervir la leche. Esta lectura debe entenderse más allá de una denuncia feminista donde es usual escuchar que a la mujer se le trata como a un objeto; más bien se puede pensar en el hombre como especie siendo usado por una dinámica in-humana de relaciones maquinales, dinámicas de extrema fetichización de la mercancía y objetualización radical del ser humano. Nadia Granados plantea en algunos de sus gestos esta doble operación en la que el ser se vuelve cosa y la cosa se vuelve ser. El rostro y el pubis se transforman en pantallas (cualquier lugar es bueno para un anuncio – James Joyce), que secuestran la mirada bajo un espectáculo extremista. La artista demuestra que es inevitable que la mirada sea arrastrada y que la excusa para este secuestro es un atisbo de mujer, un disimulo de femineidad que es usado por la maquina como una máscara para que las víctimas se acerquen sin cuidado para ser engullidas. LAS COSAS QUE FORNICARÁN SOLAS. Las escenografías elegidas por la Fulminante resultan crudos abortos de paraísos pintorescos, los fondos elegidos son anti-postales. En Derramada al fin y al cabo queda una instalación don- de todas las cosas implican una cadena de sucesos, un destino irremediable. Como un efecto dominó, el calor hierve la leche y la leche se derrama por entre las medias; cae como un maná al piso donde es lamido por la artista que se agacha (postura de cópula). Una especie de ciclo que se complementa con la columna de toscos ladrillos que juega un rol masculino, como una erección que junto con la maleabilidad y humedad de las medias veladas provocan un acontecimiento sexual in-humano. Son los objetos quienes se han juntado para fornicar en condiciones centrípetas causadas por la artista. Todos los espectadores fueron testigos de cómo la cosa puede copular sin que el hombre participe del deseo o del goce. Nadia Granados entonces muestra el cómo se muestra en exceso y sobre todo cómo se extirpa al hombre de su propio deseo.